En el tiempo últimamente percibo una extraña y desconocida perturbación, consecuencia -espero- de ir viéndolo con perspectiva. Como muchas veces he leído y solo ahora alcanzo a comprender, el pasado se mezcla con el futuro, y el presente es solo testimonio de esta confusión.
No puedo decir que todo se esté derrumbando, mentiría. Únicamente estoy recogiendo mis tempestades, las que en su momento sembré con mil vientos en contra, las que hoy son, simplemente, producto de un efecto en cadena, producto de mis decisiones.
No puedo tampoco quejarme, al fin y al cabo yo lo he buscado. Está desapareciendo gente de mi vida, de mi campo, de mi cariño. Huyen, o tal vez yo los he echado. Dejé de hablar con ellos, por mi bien, por interés, por egoísmo, por maldad: cada uno lo apelaría de una manera. No me arrepiento, sé que lo había meditado demasiado. Mas ahora, en esta guerra de amistades, cuando algunos se están yendo, otros están llegando y otros parece que se transforman; ahora, que creo distinguir quién me deja ser y quién no puede ser conmigo; ahora marco con mis puños las paredes, sabiéndome idiota por experiencia, dejando que rebote en mi mente la susodicha pregunta, la pregunta del "nada", la pregunta del cambio inmutable.
Qué me queda ahora.
Qué me queda ahora, insegura de mí, bajo mis cultivos de tempestades, con las manos vacías y comprobando que nada es lo de antes.
Entonces, ¿no me queda nada?
Pilas de libros en los estantes y montones de apuntes en el escritorio. Horas en la silla con la cabeza gacha y exámenes que aprobar, siempre que aprobar.
¿Eso soy yo? ¿O yo soy eso? ¿Soy mis amigos? ¿Soy mis notas? ¿Soy algo, o no soy nada?
¿Nada es lo que me queda? ¿O nunca he tenido nada?
En los relojes veo marcados con agua salada todos los momentos en los que he perdido, hasta el punto de resumir mi "nada" en lo único que nunca he valorado: yo, en mí misma; yo, en todo mi ser.
Yo, que observo desde la distancia lo que creí ser y quedó en cenizas; yo, que intento calificar a lo que no tiene clase; yo, que me pierdo en las calles y me encuentro en los libros.
Yo pienso, luego yo existo.
Tal vez eso es lo que me queda: la existencia, un aura vaga entre polvo gris, un fuego que se consume poco a poco, un camino sin señales, ni sendero, ni sentido; pues todos aquellos que alguna vez me acompañaron o se han quedado, o han huido, o lo he echado; mas los que se mantienen a mi lado no son yo, pues solo mi ser es mío -aunque a veces él también se escape entre mis dedos.
Así recojo mis tempestades, dejándome arrastrar por mis actos y siendo consciente de que, por mucho que todo cambie, mi realidad siempre será eterna, inmutable.
Y cuando lo olvide, llamaré de nuevo a Descartes, tal vez para darme cuenta de que solo me queda mi ser, tal vez para escribir en las paredes:
Yo soy yo, yo soy mía, yo soy lo que queda de la nada.
Hola Cristina. Una reflexión muy profunda y personal. Tanto que es difícil comentarla sin parecer el abuelo de los consejos. Solo puedo decir la duda es el concepto más sabio, solo quien duda se pregunta; solo quien se pregunta, piensa; y solo quien piensa crece. Saludos!
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